“El desentierro de la angelita” viene de algunos pocos recuerdos obsesivos, esos recuerdos-murmullo que, de tanto pensarlos, dejan de parecerse a lo que realmente pasó. Mi abuela tuvo una hermana que murió antes de cumplir dos años y que fue enterrada en el fondo de su casa. Esa niña muerta en el patio me daba miedo. Si mi abuela contaba que la niña lloraba de noche, bajo la tierra, no lo sé, al menos no lo sé con certeza; recuerdo que lo contaba, pero dudo de que el recuerdo sea cierto. Esa niña nunca fue velada como angelita, eso es seguro. A mí me gustaba cavar en el pequeño cuadrado de tierra del fondo de mi casa en Lanús: encontraba vidrios y dados y huesos, sobre todo muchos huesos de pollo –al menos eso me decían–. Es posible que haya desenterrado a una vieja mascota de la familia o los huesos de los animales de mi abuelo, que improvisaba zoológicos (llegó a tener un venado y un pavo real en la casa). De todos los hallazgos, el que más recuerdo es una piedra negra parecida a un escarabajo que tenía una cara tallada y conservé mucho tiempo. No sé cuándo la perdí. Las excavaciones y la niña muerta se unieron para este cuento que escribí como si me lo dictaran. No me gusta leer prosa en voz alta –ni escuchar leer, para el caso–, pero cuando alguien me pide que lo haga y yo accedo por buena educación, suelo elegir este cuento, porque hace reír a la gente. Me dicen que tiene humor negro, pero yo creo que se ríen de nerviosos. También es el favorito de los adolescentes, por eso confío en él. Cuando lo escribí no me sentí ensañada, pero ahora me doy cuenta de que el relato guarda una sonrisa cruel. Es uno de los pocos cuentos de fantasmas que haya escrito, y Angelita es un fantasma bastante atípico, que se esconde muy poco –un fantasma gore–. Supongo que “El desentierro de la angelita” es un cuento sobre los fantasmas familiares y los muertos sin tumba y los restos humanos sin nombre. Pero también es un homenaje a los niños fantasma que alguna vez me asustaron: Catherine Earn-shaw y su mano helada en Cumbres borrascosas, Toshio con su boca abierta en la película Ju-On, los niños que se esconden bajo la capa del Fantasma de las Navidades Presentes de Dickens (Ignorancia y Necesidad creo que se llaman, “Ignorance” y “Want”), Tomás, el niño de la máscara que oculta un rostro deforme en El orfanato de J. A. Bayona y el terrible Gage de Cementerio de animales, de Stephen King, rey de los niños muertos.