Hay hechos, palabras que permiten al horror sentarse con nosotros, en la oscuridad. No una figura repentina, un monstruo que surge de súbito en la noche. No. Casi un antiguo amigo ya, un gato viejo que se resiste a dejarnos a solas, ronroneando como quien murmura los actos que nos han llevado a este lugar, con semejante compañía, a relatar los sucesos que nos estremecen cuando se piensa que ya nada puede destruir las defensas que la simple convivencia ha levantado con el espanto. Casi tangible, real, el oscuro gato nos roza el rostro, bebe nuestro aliento sobre el pecho, disfruta de la desesperación, de la anguistia. Tocamos su pelambre negra, a veces incluso con ternura. Porque hay soledades tan grandes que es preferible el oscuro compañero que la nada. Esa es la medianoche del alma, cuando sobre nosotros pena una luna muerta el amanecer parece imposible. Ese es el territorio, el dominio de Hyperia.