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Punk, la muerte joven
1978
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Una personal mezcla de diario y crónica de los días del nacimiento del punk, con especial énfasis en 1977 y en la historia de los Sex Pistols, una banda que, al fin y al cabo, hizo solo un disco y duró poco más de dos años. Pero, parafraseando a Churchill “¡Nunca se hizo tanto con tan poco!”. El punk llegó a ambas riberas del Plata, merced a las dictaduras que padecíamos a principios de la década del '80, cuando ya era historia en Europa y América del Norte, y se vivió de segunda mano a partir de algunos discos y de textos como el de Kreimer (que es de 1978, y fue escrito para ganar dinero extra mientras trabajaba de acomodador en un cine de Londres). La obra no se olvida de registrar los primeros pasos de los punkzines o las discográficas independientes, los primeros locales que albergaron a las banditas punk, los festivales como el de Mont de Marsan de 1977, las diferencias entre la actitud contestataria y desesperada del punk inglés (producto de un medio en decadencia) y la visión más filosófica y paródica del punk neoyorquino (emergente de un medio social que nadaba en la abundancia). También testimonia la contradicción que las bandas enfrentaban: por un lado repudiaban el showbiz y, por el otro, estaban pendientes de un contrato con una multinacional para poder vivir exclusivamente de la música. Obviamente, esta tensión se resolvió en general por el lado más obvio: vendiéndose. El punk fue como ese vómito que ayuda a superar una indigestión: un revulsivo necesario para un rock que, a mitad de los '70, estaba muy lejos de los intereses de los adolescentes de entonces. Le vino bien a unas cuantas estrellas que estaban aburguesándose, y que respondieron a la provocación con grandes obras ("The Wall", "Some girls", los primeros discos solistas de Peter Gabriel). Aportó a la confusión con su creencia en la superioridad del músico inexperto o ignorante, pero también ayudó a aclarar los tantos: el rock nunca fue solo música, sino también una actitud vital. Un chico de dieciséis años que conoce tres acordes no tiene por qué sentirse disminuido ante un rockero que fue al conservatorio, siempre que tenga algo que decir. Y vaya que hay cosas para decir.
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