Tiene la noche un árbol tras el cual se esconde un hombre que solloza con furor de tigre. Hay una niña llamada Mariquita, presa dentro de un pomo de cristal—que en su tiempo guardó chiles en conserva—que provocó que una de mis hermanas tomara una coloración amarillenta por vivir siempre bajo el terror de su existencia. Pululan en la noche de los cementerios ratas clavas y malignas que observan con sus pupilas infernales a los enterradores que duermen. Circulan también decires populares según los cuales los piojos tienen en la espalda un ojo rasgado de tigre con pestañas verdes... Mas hay también, ¡oh tierra!, una madre que muerde feliz los cachetes de su hijo para sacarle chapas, una niña de la costa que viene del altiplano a mejorar su dicción y que en el fondo lo que quiere es ser sirena y, entre muchas maravillas más, un cuento, "Digo como vaca", que explica el feminismo con mayor claridad que los textos de mayor fama sobre el "Si hubiese nacido vaca estaría contenta. Tendría un alma apacible y cuadrúpeda y unos ojos soñolientos. Pero también estaría inmóvil, solemne, ídolo de la siesta infinita, mientras mis mandíbulas rumiaran suavemente la eternidad de la tarde." Tras la aparente cotidianidad que enmarca los cuentos de Guadalupe Dueñas se oculta siempre una extrañeza que avala el antiguo aserto de que no hay nada más aterrorizador que los objetos que no nos son familiares. Basta verlos con otra luz, desde un ángulo distinto, para que tornen su forma habitual, incluso su belleza, en algo que nos provocaría un escalofrío.